Derecho a una vida digna
Editorial Revista Convit/e Núm. 2.
A comienzos del siglo XX, miles de europeos buscaban un futuro mejor emigrando hacia las Américas. Huían de un continente atravesado por guerras, inestabilidad política y falta de oportunidades de empleo. Entre ellos se encontraba mi abuela María, quien a los 16 años dejó atrás su Asturias natal. En aquel lugar se le negaba el acceso a una educación básica y vivía condenada a una vida de penurias. Decidió instalarse en Argentina, que en aquellos años se presentaba como un territorio de oportunidades. Fue allí donde conoció a Clemente, un hombre aguerrido que formaba parte de la diáspora vasca. A diferencia de sus hermanas, que eligieron California como destino, Clemente se embarcó en la ciudad de Burdeos hacia Buenos Aires. Lo esperaba un tío que le ofreció una red de apoyo inicial para que pudiera aprovechar su experiencia campesina y hacerse un hueco en aquellas remotas pampas.
En aquel momento, Argentina experimentaba un rápido crecimiento económico. Sin embargo, los migrantes que llegaban aún se enfrentaban a numerosos desafíos, como barreras lingüísticas y culturales, discriminación y condiciones de vida precarias. Vale la pena recordar la huelga de los inquilinos de 1907, un hito en las luchas obreras en Argentina, en protesta por los abusos de los propietarios que imponían aumentos de alquiler injustificados y mantenían condiciones precarias en los inmuebles. A pesar de todo, muchos de aquellos migrantes lograron salir adelante.
María y Clemente se casaron y tuvieron tres hijos. El menor de ellos, mi padre, luego se casaría con una mujer descendiente de migrantes italianos. Los Emiliani estaban entre aquellos que llegaron desde la Italia septentrional, a quienes despectivamente se les llamaba polentoni, que literalmente significa ‘comedores de polenta’, un alimento muy extendido en la cocina humilde del norte de Italia y que, debido a su pobreza nutricional, tenía repercusiones nefastas en la salud.
En definitiva, mi familia forma parte de esos más de 55 millones de europeos que, hacia finales del siglo XIX y principios del XX, partieron hacia nuevas tierras ejerciendo su derecho a luchar por una vida digna. Muchos años más tarde me tocó hacer el viaje de retorno a los orígenes.

Tanto mi historia familiar como personal me acercan con naturalidad a las historias de vida narradas en este número de Convit/e. Con diferentes motivaciones, a cada una de nosotras nos ha tocado buscar una nueva vida lejos de nuestro lugar de origen. Como diría Sebastião Salgado, hemos «realizado un viaje personal extraordinario para llegar a donde estamos, cada una ha contribuido a la reorganización de la humanidad, cada una es parte implícita de nuestra propia historia».
Cataluña no se entendería sin el aporte de cada vecina y vecino de la comunidad de la calle Joventut, que en su lucha por una vida mejor enriquecen tanto a Barcelona como a sus países de origen. Tampoco la entenderíamos sin la lucha por la igualdad de oportunidades de Mohamed, la búsqueda de justicia social de Lolita o la generosidad superadora de Marta. Somos conscientes de que, en su conjunto, representan solo una parte de nuestra cotidianidad y que quedan fuera innumerables situaciones de injusticia y discriminación. Los procesos migratorios están regidos por leyes que excluyen y discriminan, al mismo tiempo que dan luz verde a prácticas xenófobas y racistas. Las migraciones siempre han estado atrapadas en la perversa paradoja de ser necesarias y, al mismo tiempo, rechazadas.
En Mescladís entendemos que existe el derecho a luchar por una vida digna y, por lo tanto, existe el derecho a migrar. Esto deja de lado la opción de abordar la gestión de los flujos migratorios desde una perspectiva utilitarista en la que los migrantes son bienvenidos en la medida en que actúen como contribuyentes netos para el sostenimiento financiero del estado de bienestar. Sin embargo, aunque no sea necesario, es un hecho que así ocurre. La inmigración ha jugado, juega y jugará un papel fundamental en el crecimiento económico y es garantía para la continuidad de las políticas sociales. No habría estado social sin la aportación clave de la población migrante.
Quienes quieran pensar en los desafíos de nuestra sociedad deben ser realistas. Esto incluye contar con cada una de las personas que participamos en la realización de esta revista. Estamos aquí para quedarnos. Juntas tenemos el reto de hacer que todas y todos seamos ciudadanos de pleno derecho. La plena integración de las personas migrantes es la clave de los años venideros.
¡Bienvenidas al Convit/e!
Martin Habiague

Fotografía Tanit Plana, Naomi Olmo Tascón, Katherine Daniela Saenz Bautista, Ágata Martín Barbadillo, Nazar Romanyuk Nikolaev
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