La invención del racismo
Editorial Revista Convit/e Núm 1.
El 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH). El mundo salía de una espantosa guerra y estas normas se planteaban como respuesta a los actos de barbarie cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. Su adopción reconocía que los derechos humanos son la base de la libertad, la justicia y la paz.
La DUDH marcó un hito. Por primera vez, el mundo tenía un documento acordado globalmente que señalaba que todos los seres humanos son libres e iguales con independencia de su sexo, color, creencias, religión u otras características. ¿Qué sucedía en el mundo en el mismo momento en que tan importante declaración se aprobaba? Europa actuaba como potencia colonial e imponía su lógica de explotación y racismo en África y Asia. En Estados Unidos estaban en plena vigencia las leyes Jim Crow, que imponían una segregación racial que se mantuvo hasta la década de 1960. En 1948 comenzó a regir el sistema de apartheid social, político, económico, cultural y territorial en Sudáfrica, que duraría hasta principios de los años 90. A las mujeres apenas se les había reconocido su derecho a voto y su participación pública era extremadamente limitada. La homosexualidad era perseguida y formó parte del listado de enfermedades mentales de la OMS hasta 1990. Era un mundo en donde solo contaba el hombre heterosexual blanco.
La lógica en la que se apoyaban las políticas de jerarquización social y el dominio económico del colonialismo, el delirio y la tragedia del apartheid y las leyes de segregación racial no son, por desgracia, un fenómeno plenamente superado. Las normas y los valores antirracistas son recientes y no están suficientemente integrados en las actitudes y los sentires de la gente. Las viejas ideologías racistas están todavía incrustadas en los discursos dominantes.

¿Cómo cambiar nuestro imaginario? Somos el fruto del pasado y, como tal, portadores de una cultura que se construyó sobre el racismo, el sexismo y la homofobia. Validado por la ciencia de la época, durante siglos se impuso un paradigma en el que personas que, supuestamente, no tenían las mismas aptitudes no podían tener los mismos derechos. Tenemos que tener el coraje de cuestionar nuestros propios prejuicios y comprender los mecanismos de construcción del racismo. Estar vigilantes tanto a título personal como con nuestro entorno.
Todos somos educados por narrativas. La escuela es el lugar donde se cuenta la historia del país a las próximas generaciones. ¿Cuánto saben hoy día alumnos y profesores sobre las barbaridades cometidas por españoles y catalanes en Guinea Ecuatorial? Sobre estos olvidos se construyen las discriminaciones presentes.
Decía Frantz Fanon: «El racismo no nace, se inventa y cada país inventa o recrea aquellos mecanismos que le permiten justificar un sistema de opresión, discriminación y explotación». Perjudica a unos y favorece a otros; expresa, asimismo, el fracaso de las relaciones sociales al perder la posibilidad de interacción entre grupos y culturas diferentes que conviven en un mismo territorio.
Nos toca cultivar el arte del encuentro, el conocimiento mutuo y el mestizaje. Promover saberes compartidos y superar un modelo de pensamiento único. Dar lugar a otras miradas, otras voces, para aceptar y valorar lo plural, la riqueza de la diversidad. Necesitamos nuevas perspectivas para entender los mecanismos de discriminación y, así, poder actuar para superarlos.
En la combinación de la lucha por la justicia social en demanda de derechos plenos e igualdad de oportunidades y la defensa de las identidades culturales reside la clave para que, finalmente, converjan los principios de la DUDH con nuestra realidad de cada día.
¡Bienvenidas a el Convit/e!
Martin Habiague

Fotografía Sol Bela
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