"Las grandes historias lo son porque son válidas a través del tiempo"
LA VANGUARDIA, Domingo Marchena, Barcelona 17/09/2016.
El amor que supera barreras
Romeo y Julieta en Barcelona
Una historia de Capuletos y Montescos con el telón de fondo del tráfico y la explotación de las personas
El noble Paris dice en la escena IV del acto III de Romeo y Julieta: “Estos tiempos de aflicción no permiten ningún momento para el cortejo”. Otras versiones sustituyen aflicción por infortunio y cortejo por pasión. Malos tiempos para el amor. Eso quiere decir el personaje, pero no es cierto.
Tampoco es cierto que la verdadera historia del amor contra todo y contra todos la escribiera a finales del siglo XVI Shakespeare o quien se oculte bajo esa identidad. Ni comienza en Verona con una pelea entre dos familias separadas por océanos de odios y rencillas, Capuletos y Montescos. El amor que supera todas las barreras está en este cartel: “Gazpacho o ensalada tabbuleh y polenta de verduras o albóndigas. Pan, postre y bebida, 12,90 euros”.
El Espai Mescladís, en la calle Carders, 35, es la ONU de la cocina en Barcelona. Los trabajadores son de Senegal –como Soly Melamine, que ha ideado el menú– y de Níger, Mali, Ghana, Marruecos, Argelia, Palestina, Nepal, Ucrania, Brasil, Bolivia, Argentina y España. Y esta es sólo una mínima parte de quienes han hallado aquí un salvavidas en el oleaje y unos brazos abiertos.
Si es verdad que somos lo que comemos, como dijo el filósofo alemán Ludwig Feuerbach (1804-1872), en Mescladís se come bondad. Cada año unos 80 inmigrantes, la mayoría en situación irregular, reciben formación como camareros o como ayudantes de cocina en este restaurante (que dice que más que sin papeles están sin derechos). Las clases se imparten en un local de la calle Casp, 144. Luego los alumnos aplican lo aprendido en el propio Espai Mescladís o hacen prácticas en empresas de los grupos Tragaluz, Sol Meliá, Catalonia y en restaurantes del distrito como Doble Zeroo (Jaume Giralt, 35) o Cheese Me (Jacint Raventós, 51). Un 35% regulariza su situación y halla trabajo. Un 35% es poco, pero es un 35%, y quienes no tienen tanta suerte disponen de más herramientas para salir a flote. Fueron víctimas de los traficantes de seres humanos. Huían de la guerra, de la miseria, de la discriminación por raza, credo o sexo. Cada drama es insuperable: uno de ellos caminó desde Camerún hasta Melilla y bebió su propia orina en el desierto.Y todos buscaban lo mismo: ser felices.
El proyecto –que tiene un nombre revelador, Cocinando oportunidades– se ha convertido en objeto de estudio en universidades y escuelas de negocios. También ha recibido galardones por su lucha contra el paro y la defensa de la economía solidaria y la diversidad cultural, como el premio Federico Mayor Zaragoza del 2009. El restaurante pertenece a una fundación sin ánimo de lucro creada cuatro años antes por un ciudadano del mundo, Martín Habiague, argentino con sangre asturiana y vasca, que estudió Sociología en Buenos Aires y trabajó en el Reino Unido, Francia y consultorías de otros países. Mucho dinero y al llegar a casa, ¿qué?
Sólo cubría el vacío con tareas de voluntariado y clases de refuerzo a niños, hijos de padres marroquíes o colombianos, con problemas escolares en Bélgica, donde residía entonces. En el 2004 se tomó un año sabático, recaló en Barcelona y se embarcó en esta locura sin retorno, que se ha convertido en lugar de peregrinación para investigadores de la Universitat Autònoma de Barcelona o de Esade. Expertas como Isabelle Anguelovski, del Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals de Catalunya y premio de investigación de la Generalitat al talento joven, analizan in situ el éxito de una pequeña gran iniciativa que rompe estereotipos y facilita la inclusión sociolaboral.
También vienen estudiantes extranjeros, incluso de la Universidad de Stanford, en California. A todos ellos Martín Habiague les hace la misma pregunta. ¿Cuál es el porcentaje de la población mundial que migra? Y ahora se lo pregunta a usted. ¿Cuál? Antes de aventurar porcentajes conviene conocer a unos modernos Romeo y Julieta que han inspirado documentales y trabajos fotográficos maravillosos, como los de Alberto Bougleux ( Veus des de la Ribera) y Joan Tomás ( Qui som?).
Basanta Kumar tiene 30 años y su mujer, Kushbu Khadka, 25. Ambos realizaron los cursillos de Espai Mescladís, donde ella se ha quedado a trabajar. Es esa chica que explica a una señora dónde está la floristería más cercana. Basanta es cocinero en el Doble Zeroo. Kushbu era de una familia adinerada de Nepal, cuyas leyes de igualdad son papel mojado y se estrellan contra la realidad social de las castas. Estudiaba Hostelería en Katmandú. Un día conoció a Basanta, un intocable, un paria, un impuro. El amor venció a los prejuicios, aunque tuvieron que disimular por miedo. Al final alguien los vio. Los hermanos y el padre de Kushbu la golpearon y la encerraron en casa. A él le fue peor. La familia agraviada contrató a unos matones para que le dieran una paliza de la que casi no se recupera. Su historia recuerda a un personaje de la escritora india Arundhati Roy, el Velutha de El dios de las pequeñas cosas (Anagrama). Pasó el tiempo, Kushbu creyó que Basanta la había olvidado porque no la rescataba y abjuró de su amor. Sólo entonces le permitieron retomar las clases. En la universidad descubrió la verdad. Basanta aún seguía hospitalizado. Fue a verlo y la llama renació. Decidieron que huirían en cuanto pudieran. En agosto del 2010 cayeron en las garras de los traficantes de seres humanos. Les compraron a precio de oro unos visados para ir a estudiar a Europa. Acabaron en un pueblo perdido de Polonia, “es decir, en ninguna parte”, como explica Alfred Jarry en Ubú rey. Les obligaron a trabajar en el campo de sol a sol durante meses. Una noche aprovecharon un descuido y se colaron en un camión frigorífico con una carga de champiñones. El viaje, tan horrible y largo que pensaron que morirían, los llevó a una ciudad que no conocían, Girona. Un pakistaní les aseguró que en Barcelona tendrían más oportunidades. Nada más llegar a la estación de Sants les robaron la maleta. La primera noche durmieron en una habitación en la que sólo cabía un colchón. A la mañana siguiente tenían el cuerpo lleno de marcas. Eran picaduras de chinches. Buscaron otro lugar para pernoctar, pero el poco dinero que tenían se les acabó pronto. Kushbu empezó a sufrir crisis nerviosas y desvanecimientos. Cuando las cosas se ponían peor, recibieron ayuda. La Cruz Roja, Cáritas, Acnur... La red Asil.cat, que aglutina a entidades de ayuda a refugiados, asegura que antes del 2011 la inmensa mayoría de las solicitudes de protección internacional que se presentaban en Barcelona eran rechazadas. Sólo la barbarie de Siria y la guerra olvidada de Ucrania ha invertido la tendencia. La pareja pidió el estatuto de refugiado, pero se lo denegaron porque según les dijeron Nepal ha abolido las castas, al menos oficialmente. Y vuelta a empezar.
Entonces les hablaron de Mescladís. Hicieron los cursillos y engrosaron ese inicial 65% que no logra trabajo a la primera. Meses después, Kushbu regresó a saludar a los viejos amigos del restaurante. Por fin la habían contratado. “¿Cuánto te pagan?”, le preguntaron. “Nada, trabajo gratis a cambio de que me regularicen los papeles”. De nuevo las mafias que explotan a los inmigrantes. La confesión removió conciencias y entonces hicieron un hueco en el Mescladís para contratarla de verdad. Tiempo después, Basanta entró en el Doble Zeroo.
“Menos del 4% de la población mundial: 250 millones de 7.000”, responde Martín Habiague. Todos los Basantas y Kushbus del mundo, todos los desplazados y refugiados de la Tierra, huyan de lo que huyan, no llegan ni al 4%, aunque la mayoría de los interpelados cree que son muchísimos más. Es culpa de esa imagen que fomentan algunos de asalto a la fortaleza, de invasión a Europa, de raciones de un pastel que se acaba porque vienen a comer de fuera, como si los que vienen no pagaran también impuestos y no trajeran ahorros y manos para trabajos que otros no quieren hacer porque están mal pagados.
Cuando piensan en sus vidas, Basanta y Kushbu podrían citar otra frase de Romeo y Julieta: “El hombre no es sino un montón de polvo si le falta valor”. Valor y amor, añadirían ellos. Se casaron el 25 de marzo del 2015. Desde hace más de seis años no saben nada de sus familias. Celebraron el banquete en el Mescladís.